lunes, 2 de enero de 2012

La Ciudad antigua




                                         Angostura ayer, Ciudad Bolívar hoy, eterna capital 
         La ciudad es su gente  dijo en cierta ocasión el escritor Mario Briceño Iragorri y la definición vale para reafirmar que la antigua Santo Tomás de la Guayana, fundada por don Antonio de Berrío el 21 de diciembre de 1595 más abajo de las bocas del Caroní, es la misma que desde el 14 de febrero al 22 de mayo de 1764 trasladó el Comandante Joaquín Moreno de Mendoza a la parte más angosta del Orinoco.
         De ese traslado han transcurrido 240 años (1764-2004) y aquella ciudad transferida, con menos de 500 almas, es hoy, con el epónimo de Ciudad Bolívar, una urbe de 400 mil habitantes, distinta además por efecto inevitable de una evolución muy atada a la influencia económica que sobre ella ejerce el desarrollo industrial de la moderna Ciudad Guayana.
         La ciudad ha evolucionado hacia un modelo de vida que contrasta con el pasado y, evidentemente, no sólo en la forma de vestir y comportamiento de la gente, sino en la arquitectura de sus viviendas, edificios de comercio, industria y servicios.
         Nació y creció la ciudad en un declivio hasta desbordarse de sus contornos.  Se desarrolló sobre una colina cuyas cuestas declinan en el río, en un gran río, el Orinoco, que ha sido una arteria socio-económica e histórica vital.
Arquitectura Antillana
         Y en ese declivio declarado Patrimonio Histórico Nacional, encontramos la ciudad mirándose en el espejo del Orinoco, con una arquitectura de estilo antillano en la parte plana paralela al río.  Trepando las cuestas se hace visible la ciudad colonial de azoteas y grandes ventanales y, casi llegando a la cumbre, aparece El Zanjón, de una topografía accidentada, colmada de piedras monumentales entre las que surgen casas,  árboles, senderos  y miradores naturales.
         La arquitectura antillana de plantas altas y galerías porticadas tiene su respuesta en la influencia cultural de las islas del Caribe con las cuales la ciudad, hasta muy avanzado el siglo veinte, tuvo relaciones mercantiles y de cabotaje fluvial-marítimo muy dinámicas.  De suerte que esta arquitectura estuvo hecha más para la actividad comercial que para la vida residencial y doméstica. Debajo de los pórticos apoyados en labradas columnas de hierro forjado,  los habitantes podían hacer sus transacciones comerciales a cubierto y, mejor aún, debajo de los copudos  árboles de la Alameda, paseo que a decir de algunos viajeros, debe su nombre a hermosos álamos viejos alineados frente a mansiones propiedad de acaudalados funcionarios y comerciantes de la capital angostureña.
         El casco urbano de la ciudad, a partir de 1941 cuando quedó en servicio la avenida Táchira, se fue desbordando hacia las afueras, hacia la circundante zona de Los Morichales, húmeda, arenosa, aromada por los propios frutos de la palmera, combinado en el ambiente con los del mango y el merey.
         La avenida Táchira construida bajo la administración del tachirense Ovidio Pérez Ágreda, fue culminada hasta el Aeropuerto y pavimentada con asfalto obsequiado por la Standart Oil Company.
El Paseo Orinoco
         El moderno Paseo Orinoco de hoy tuvo otros nombres en el pasado.  Como Paseo La  Alameda se conoció durante largo tiempo pero, mucho antes, calle La Muralla y luego de la Guerra Federal, Paseo Falcón, en honor al General coreano Juan Crisóstomo Falcón, líder máximo de aquella guerra larga y cruenta que sufrió Venezuela durante cinco años y de la cual estuvo marginada Guayana gracias a la habilidad política de Juan Bautista Dalla Costa Soublette, cuyo padre homólogo en los años iniciales de la Tercera República realizó desde la Municipalidad, en calidad de Procurador, obras urbanas que comenzaron a modificar la imagen aldeana de la ciudad..  Atendió preferentemente el empedrado de las calles, el aseo y ornato, la arquitectura civil, el censo de la ciudad,  la fundación de escuelas, el alumbrado público y se propuso exitosamente fundar un Mercado Público en la mera orilla del río, sobre los restos del antiguo Fortín San Gabriel, transformado finalmente en el Mirador Angostura.
         Antiguamente el Paseo Orinoco se extendía desde el Puerto de Blohm hasta la Capitanía de Puerto y la isla central disponía de bancos en los contornos, piletas ornamentales y una biblioteca.  También existió una plaza con la estatua del General Falcón y  Las fuentes de soda sacaban sus mesas hasta el centro de la isla tal cual como en los mejores  bulevares, mesas que invitaban a la tertulia y al buen café‚ tras un largo paseo disfrutando la brisa fresca del río y música de retreta antes o después de iniciarse las funciones del Cine América, previamente anunciadas en cartelones que en un tiempo pintaba el hoy maestro del arte óptico Jesús Soto.
         Pero en 1967 el Paseo fue prolongado y transformado para elevar la cota de protección de la ciudad contra las periódicas crecidas del río.  Fue inaugurado junto con el Puente Angostura sobre el Orinoco con ocho secciones y dos vías de circulación separadas por una isla de 1.500 metros, con los mismos  árboles centenarios, aceras, pasarelas a la margen del río, jardines, puestos de descanso, faroles, zonas de estacionamiento, sistema de sonido para música ambiental y los bustos de los próceres Francisco Antonio Zea, Monseñor Mariano Talavera y el educador Narciso Fragachán.
         En la zona que ocupó el antiguo Mercado Municipal y la toma del primer acueducto que tuvo la ciudad, fue construido un Mirador con servicios de Restaurante y una fuente de la cual emergía un prolongada columna a semejanza de un obelisco realizada con bloques de cristal.  Posteriormente y dentro los proyectos de revitalización del casco urbano de la ciudad, el Mirador fue transformado en un Parque integrado por un anfiteatro, un  área de recreación pasiva y un Restaurante-Café‚ algo pentagonal a tono con el estilo antillano del Paseo.
El Mercado Público
         Este Mercado Público es el mismo al cual se refiere en 1859 a su paso por la capital bolivarense, el explorador Francisco Michelena y Rojas, cuando escribe que hay  un lugar muy interesante en todo país civilizado, el de abasto para la ciudad.  Este edificio, el cuarto en su género en toda la República, armoniza bien con el grado de civilización y progreso de esta ciudad.  Entre la Alameda y el río, sobre un terreno rocalloso que se avanza a aquel en forma de cabo, y por supuesto abordable por embarcaciones menores cargadas de provisiones, se encuentra situado el mercado formando un semicírculo, cuya base frente al paseo está  adornada con una gran baranda o verja de hierro.  A este mercado, pues, llegan víveres de toda naturaleza y en abundancia, no sólo de Cumaná  y Barcelona, que están a la otra banda del río, sino del Meta viniendo de Casanare, del Apure y aun de provincias muy distantes.  Tal es la admirable hidrografía de Venezuela, por la cual aquella ciudad está  en contacto con casi todas sus provincias.
         En la misma  área estaba la toma del primer acueducto que tuvo la ciudad, el depósito de la Aduana y la Plaza Talavera en cuyo centro se alzaba un pedestal con el busto del prócer angostureño General Tomas de Heres.
         Este Mercado Municipal permaneció allí hasta 1956 que el Gobernador doctor Eudoro Sánchez Lanz (1953-1958) resolvió demolerlo para sustituirlo en el Paseo Moreno de Mendoza, zona del antiguo Banco Obrero, por el entonces llamado Mercado Periférico No. 1.  Más tarde el Gobierno construyó el Mercado Periférico No. 2 que funcionaba los fines de semana como Mercado Libre en la avenida 5 de Julio.  Son los dos mercados actuales, ya estrechados por la expansión urbana acelerada de la ciudad.
         Más recientemente, la CVG construyó el Mercado de la Carioca, llamado también Mercado de la Sapoara, aunque lo que menos se vende allí es la Sapoara.  Se vende abundantemente  toda clase de pescado de río, y también de mar traído de Cumaná  y Puerto La Cruz.  Es un mercado bastante completo, muy bien diseñado.  Guarda relación con la arquitectura antillana del Paseo Orinoco.
Actividad naviera
         El Mercado de la Sapoara, al igual que el antiguo mercado, tiene la ventaja de estar a la orilla del río, lo cual le permite recibir directamente los productos ictiofáunicos y agrícolas de las feraces riberas e islas orinoqueñas.  La actividad fluvial es parte vital de lo que constituye la fachada de la ciudad, vale decir, el Paseo Orinoco, el río y la arquitectura antillana.
         La actividad fluvial comprende el movimiento naviero, desde la típica curiara india hasta los barcos de vapor pasando por la piragua, el trespuño, la balandra, la goleta, el bergantín y la chalana.
         Hubo un tiempo en que Ciudad Bolívar era puerto abierto para todos esos tipos de embarcaciones.  Hasta la década del cuarenta que el gobierno construyó técnicamente el actual puerto que ocupa la Armada Venezolana, el frente de la ciudad era atracadero o fondeadero natural  de las naves en operaciones de carga y pasajeros.
         La navegación cubría una línea fluvial externa que abarcaba Trinidad, Cumaná , Margarita, Barcelona, La Guaira, San Thomas, las Antillas y algunos puertos de los Estados Unidos,  Internamente se extendía hasta Apure, Barinas, Guárico, Portuguesa, Guaviare, Barinas, Mérida y muchos otros puntos intermedios.  Luego, remontando el Orinoco por el Arauca, se navegaba hasta la villa del mismo nombre y por el Meta, hasta Casanare y salvando los raudales, se podía llegar hasta las poblaciones de Río Negro.
         A medida que la navegación de vapor se iba haciendo importante y surgían las carreteras, paralelamente con el desarrollo del transporte automotor sustituto del transporte de tracción de sangre como los famosos coches Victoria tirados por caballos y los carro-matos halados por mulas, desaparecía la navegación a vela y sólo hasta Angostura y más arriba eran primero, los barcos de la  Compañía de Vapores de la Estrella Roja, la Compañía de Vapores del Orinoco, la Compañía de Navegación Fluvial y Costanera de Venezuela y por último la Compañía Venezolana de Navegación  los que surcaban el Orinoco.
         Los barcos de vapor, de chapaletas en los costados, también en la popa y, finalmente de propela a nivel de la quilla, atendían preferentemente al transporte de pasajeros y carga a grande escala.  Ocasionalmente, cuando el Orinoco estaba en su apogeo, los barcos de vapor se habilitaban para excursiones turísticas a través del río.  Pero al iniciarse la segunda mitad del siglo veinte descubrieron las minas del Pao, La Paría y San Isidro y el mineral de hierro sepultó la navegación o, al menos, la redujo hasta Matanzas.  Ahora son chalupas de  pescadores ribereños las que se ven surcando las aguas del gran río porque hasta las chalanas y el Ferry  tomaron rumbo distinto desde que las exigencias del progreso unieron a Guayana con el resto de Venezuela a través de un gigantesco puente colgante sobre el Orinoco.
         El gran muelle fluvial donde atracaban los barcos cargados de harina que empolvaba el cuerpo sudoroso de los caleteros, al igual que el depósito de la aduana, quedó como coto privado de la Armada.  Apenas podemos disfrutar en vecindad la Capitanía de Puerto, lánguida como una tarde sin sol desmayada en el crepúsculo fluvial y, entre julio y agosto, los atarrayadores de pie en el banco de proa de sus curiaras o al borde de la imponente Laja de la Sapoara, ahora sepultada bajo el concreto armado que modificó las dimensiones del Paseo.
La Laja de la Sapoara
         La Laja de la Sapoara era una inmensa piedra en forma de pendiente, semicircular, que desde la popular calle Santa Ana se internaba en el río.  Ahí, en esa laja descomunal y rugosa se rebatía en tiempo de crecida, la fuerza impresionante de las corrientes fluviales dando lugar a los coloquiales pailones o borbollones, atracción irresistible de cardume de sapoaras con su corte de coporos y bocachicos.
         Cuál lugar mejor para el palangre y el esparavel?  Los atarrayadores encontraban aquí su mejor  ángulo y acomodo, bien para el espinel o lanzar la rosa piramidal de su red faldeada de plomo, ingeniosa trampa manejada  por  torsos desnudos transpirando los efectos del sol de todo el día en aquel escenario de agua y mogotes como islas navegantes. Siempre el pescador de atarraya a espaldas de un público inquieto, alegremente extrovertido o contemplativo.  El protagonista, en todo caso, es el agua y el pez escapado del rebalse, ansioso de ser libre en su función reproductiva.
         La pesca ahí era una fiesta combinada con el discurrir de las curiaras en asecho y más arriba las rústicas chalanas trasbordando automotores de una costa a otra del inmenso río.
         Pero así como la pesca resultaba abundante durante el mes de agosto también debían serlo las lágrimas por el tributo que accidentalmente reclamaba el río en ese punto donde anualmente bullía la gente y el agua.  Era, a decir del romancero guayanés: como una contribución obligada de sangre y dolor del pueblo/el ahogado de La Laja.
         Pero la Laja de la Sapoara ya no existe sino en alguna que otra gráfica y en la augusta memoria de la tradición, pues a final de la década del sesenta quedó sepultada bajo un pailón de concreto vertido para contener las periódicas crecidas del agua.  Asimismo una especie de Belvedere construido por la Municipalidad con el nombre de Mirador Sifontes y contra el cual en 1954 chocó el Ferry Angostura que competía con las chalanas en el trasbordo de vehículos y pasajeros de una costa a otra del Orinoco.
Chalanas y Ferry Boat
         Antes del Ferry Angostura, el trasbordo de vehículos y pasajeros se hacía entre Ciudad Bolívar y Soledad, a través de barcazas o chalanas que en un principio fueron de madera y a partir de 1940 fabricadas de hierro en la propia Ciudad Bolívar.
         Eran embarcaciones de fondo plano autopropulsadas o remolcadas por motonaves   adosados a sus costados y con puentes levadizos en los extremos que servían indistintamente de entrada y salida.  Entre las cinco de la madrugada y las seis de la tarde, las chalanas iban y venían desde la rampa del puerto de Los Cocos hasta Soledad con su carga de vehículos bien acuñados y pasajeros de pie, recostados o acodados sobre la borda.
         Los primeros automóviles llegados a Ciudad Bol¡var, entre ellos, el popular Ford tablita que alquilaba y distribuía el Garage de Félix Tomassi, fueron transportados no propiamente en chalanas sino individualmente en botes mellizos unidos por tablones sobre los cuales se montaban y desmontaban al llegar a su destino.
         Para tratar de mejorar el servicio que venían prestando las chalanas, se fundó en noviembre de 1951 la sociedad anónima Ferrys del Orinoco con una de las unidades que hacían trasbordo en el Lago de Maracaibo, tal el Ferry Angostura que entró a operar al iniciarse el año 1953; pero, en 1967, los Reyes Magos de la tradición cristiana le hicieron un gran regalo a la ciudad, el Puente Angostura sobre el Orinoco.  Entonces las chalanas  se fueron con su rústica alegría aguas abajo para seguir compitiendo entre ellas haciendo el trasbordo entre San Félix y Los Barrancos, mientras el Ferry Angostura fue de nuevo llamado por el mar hasta extinguirse haciendo el tránsito en Margarita, entre Punta de Piedra y la Isla de San Pedro de Coche.
La Cruz del Perdón y las Lavanderas
         De manera que 1967 le dejó a la ciudad dos grandes obras, el Puente Angostura sobre el Orinoco que acabó con las chalanas y el nuevo Paseo Orinoco que sepultó a la Laja de la Sapoara.  Se salvó apenas la capilla de la Cruz del Perdón erigida por  madres de los reclutas bolivarenses mandados por el dictador Juan Vicente Gómez a pelear contra las montoneras del general Arévalo Cedeño que pretendía reunir todo un ejército para derrocarlo, no obstante la fracasada experiencia de la Guerra Libertadora.  Pero no así pudieron salvarse las lavanderas del Orinoco que restregaban  ropa sobre las rocas planas del río, estampa realmente conmovedora y pintoresca, especialmente para viajeros de otros lares como Friedrich Gerstacker que a su paso en 1868 por Ciudad Bolívar las describió así:
         Bajo gigantescas masas rocosas, redondeadas por la acción del agua, se reúnen las lavanderas de Ciudad Bolívar y hacen su oficio.  Pero realmente tiene uno mismo que haber visto lavanderas en Venezuela para poderse hacer de ellas una idea exacta.  Es un auténtico placer.
         Y es que estos seres se han hecho una vestimenta sumamente práctica que más que hermosa podría llamarse pintoresca, pero de ninguna manera femenina.  Se ven forzadas a estar constantemente con piernas y brazos en el agua, pero a la vez no quisieran mojarse los vestidos y por eso han inventado algo que no las obliga a mostrarse sin ropa y simultáneamente dispensa de todo lo que les estorba.  Recogen sus faldas de tal manera que se ven como pantalones de baño muy abombados y con frecuencia muy cortos, los brazos están enteramente desnudos y no llevan ninguna pañoleta, y así ocurre que, cuando se les ve de lejos, no se sabe a ciencia cierta si se trata de hombres o de mujeres y si se les acerca a uno y oye sus voces de bajo, queda aun m s confundido.
         Con frecuencia se ven veinte o treinta de ellas afanarse sobre las grandes placas de piedra marrón al borde mismo del agua.  La ropa la maltratan, desde luego, de la manera más cruel, las camisas m s fina las baten y las restriegan contra la roca de una manera tal, que hasta parece milagro que resistan una sola vez ese trato, pero de todas maneras se divierten enormemente haciéndolo, pues la risa, la charla y los gritos de júbilo durante su trabajo son apenas descriptibles.
         También el paraje se ve muy colorido, pues la piedra marrón oscura ofrece un excelente fondo a este cuadro animado sobre el que la ropa extendida y en algunas partes amontonada hace un bonito efecto.  Entre medio se ve también una cantidad de niños y muchachas  que se bañan sin avergonzarse en lo más mínimo por la curiara que pasa y la cual suponen tripulada solo por nativos y no por algún extranjero.
Crecidas del Orinoco
          La tradición popular dice que cuando el Orinoco supera o se aproxima a la cota máxima de la ciudad, la pesquería suele ser abundante, particularmente la pesca de la sapoara como de los inseparables miembros de su familia el Coporo y el Bocachico.
         Y, obviamente, cuando la pesca es abundante, la población se contenta y la zona del Paseo se anima con la presencia copiosa de la gente y de quienes aprovechan la ocasión con fines mercantiles, vendiendo todo lo que en una ocasión como ésta provoca o es apetecible, vale decir, la cerveza, el refresco, el helado, la chicha de maíz o moriche, los confites, las frutas y hasta el casabe, el limón y las verduras indispensables para una buena vianda de pescado.
         Pero el espectáculo ferial del río no oculta el temor por las crecidas altas pues estas, cuando realmente lo son, ocasionan terribles daños materiales a buena parte de la población, aun con el moderno dique construido para protegerla de los desbordamientos.
         No todas las veces el Orinoco es una amenaza.  Podríamos decir tal vez que el río es caprichoso, pues no obstante los adelantos de la cibernética, resulta imposible fijar pauta científica sobre su comportamiento.  Por más cálculos que se hagan, siempre, como los sismos, resulta impredecible.  Hay quienes apegados a los cotidianos niveles que desde los años veinte se registran por iniciativa del ya extinto Bachiller Ernesto Sifontes, deducen que el Orinoco se subleva cada 3, cinco, diez, 15 y 25 años, pero rigurosamente es inexacto.
         El frente urbano de Ciudad Bolívar, vale decir, el Paseo y la Calle Venezuela, está  sobre una cota de 16 metros sobre el nivel del mar que hasta 1943 lo hacían vulnerable a las grandes crecidas del Orinoco.
         La crecida de agosto de 1943 fue terrible y repercutió en el  ámbito nacional hasta el punto de que el Presidente de la República, Isaías Medina Angarita, se vio obligado a visitar la ciudad para constatar personalmente los daños materiales y personales causados por el desbordamiento del río al romperse los inconsistentes muros de protección.  El casco urbano parecía una isla, pués el agua llegó hasta el cruce de la avenida 5 de Julio con la Táchira, justo donde había sido reubicado el busto del prócer Tomás de Heres que inicialmente se hallaba en la Plaza Talavera  y hasta allí se aventuraban las curiaras luego de cruzar algunas calles.        
  A raíz de esa gran crecida, se fortaleció su muralla de protección elevando la cota a 17 metros.  En 1967 dicha muralla de protección fue ampliada y mejorada elevándola a una cota superior a los 18 metros sobre el nivel del mar, lo cual se considera como definitivo.
         La memoria histórica señala agosto de 1892 como la fecha en que el Orinoco registró su máxima crecida. Es la única vez que se recuerda haber tapado la Piedra del Medio.  Una crecida como aquella se registró en agosto de 1976, pero ya la ciudad estaba fuertemente amurallada por lo que fue imposible un desbordamiento como el de agosto de 1943 cuando alcanzó un nivel de 17,95 metros sobre el nivel del mar e inundó las principales calles de la ciudad derivando cuantiosas pérdidas materiales y un sin número de damnificados.
         En 1976 el nivel fue superior.  Sobrepasó en ocho centímetros la cota 18 y casi tapó al igual que en 1892 la Piedra del Medio.  El río, a pesar de la muralla o dique, amenazaba meterse por las bocas de las cloacas y fue menester levantar chimeneas de ladrillos en sumideros y alcantarillas y arrimar sacos de arena en algunos desniveles de los bordes.
         Después de la ingente crecida de 1892, coincidente con la Batalla de Buena Vista de Orocopiche y la entrada triunfal del Mocho Hernández a Ciudad Bolívar para erigirse en Gobernador civil y militar, el Orinoco tuvo un receso de 35 años, al cabo de los cuales metió agua hasta los 17,14 metros.  16 años después fue cuando ocurrió la crecida del 43, pero en el interregno 1943 a 1976 se registraron otras cinco crecidas importantes: 1946 con 17,42; 1954 con 17,40; 1963 con 17,39 y 1967 con 17,38.  Más reciente, agosto de 1998, el Orinoco tuvo otra crecida extraordinaria que obligó al Gobierno Regional y local a declararse en emergencia, sin dejar de atender a la Feria del Orinoco apoyada en el escenario espectacular de las aguas, en la pesca de la Sapoara que de por sí es una feria espontánea y las fiestas de Nuestra Señora de las Nieves, patrona de Ciudad Bolívar junto con Santo Tomás apóstol, ambos santos protectores heredados de la colonia.

         Antigua Calle Venezuela
Calle totalmente de piedra con un canal central para drenar las aguas de lluvia.  En tiempos de la colonia se llamaba "Calle Principal", cuando la República "Calle 30 llaves" y finalmente, una vez pavimentada y prolongada,  Calle Venezuela desde la Casa de las Doce Ventanas hasta el Dique de La Carioca.  Cuando fue tomada la fotografía aún  la calle de piedra  se alumbraba con faroles y arcos voltaicos.


Ciudad Bolívar de los años 50 con el Orinoco en pleno crecimiento.  Después de la gra crecida de agosto del 43, el Gobierno de Medina Angarita le hizo levantar a lo largo del dique uno pilares a los que se le podía incrustar tablas para contener las aguas en caso de emergencia. Estos pilares nunca cumplieron su papel de previsión pues en 1967 el Ministro Leopoldo Sucre Figarella remodeló el antiguoa Paseo Falcón y levantó la cota hasta 19 metros sobre el nivel del mar.