viernes, 31 de enero de 2014

Cipriano Castro en Ciudad Bolívar


El General Cipriano Castro, quien inició la era de los andinos en el Poder y se proclamó heredero de un liberalismo que lo endiosaba en exceso, fue objeto durante cinco días en la capital bolivarense de los más cálidos tributos rendidos a gobernante.

Desde el sábado 29 de abril hasta el miércoles 3 de marzo de 1905, se exornaron los frentes de las casas bolivarenses con banderas nacionales y amarillas (color de los liberales) y las de los extranjeros con las enseñas de sus respectivos países, para darle la bienvenida al Presidente de la República, general Cipriano Castro.

La Plaza San Antonio en el Paseo de su nombre, hoy avenida Moreno de Mendoza, fue adornada y se construyeron arcos de varios puntos de la ciudad. En la Plaza “La Restauración” del Paseo Meneses y calles principales, el pueblo se divirtió con las cucañas, la música y fuegos artificiales.
El general Cipriano Castro llegó ese día a Ciudad Bolívar, por vía fluvial  desde el puerto de San Fernando, a las 9 de la mañana.  Desde muy temprano una multitud lo aguardaba.  A las siete se divisó el barco por el occidente y desde ese momento comenzaron los repiques de campanas de la Catedral y el tronar de los cañones y fuegos artificiales.

Una comisión integrada por el Obispo de Diócesis, Monseñor Antonio María Durán, el clero, y representantes de la Municipalidad, del Ejecutivo y la Asamblea Legislativa embarcó en el vapor Apure para presentarle el saludo de bienvenida al visitante. Castro hizo el trasbordo y llegó a la playa orinoquense donde lo aguardaba la multitud.  De allí caminó hasta la Aduana en la Calle Miscelánea (Dalla − Costa) donde tenía preparada su habitación.  La gente invadió la calle y el señor Hilario Machado, desde la acera de enfrente dirigió la palabra a Castro, quien se hallaba entre grupo de damas, en el balcón de la Aduana que daba a la calle Dalla Costa.

El diario de la tarde “El Anunciador” de don Agustín Suegart, al reseñar el acto dice que “feliz estuvo el inspirado señor Machado, en su brillante pieza oratoria y sus frases elocuentes y galanes, fueron lluvia de rosas que cayeron en viva profusión a los pies del héroe excelso”.

Castro respondió desde el balcón en los siguientes términos: “Este pueblo que tengo a mi vista y en cuyo semblante leo que no es lo se me había pintado, este  pueblo es honrado y es laborioso y los pueblos laboriosos y honrados son los hijos del deber, que llevarán a la patria a la cumbre de s u destino”.
Estoy maravillado de ese inmenso raudal del Orinoco y presiento que los pueblos asentados en sus márgenes, por él serán conducidos a la cúspide del engrandecimiento”.

Unidos en un solo abrazo, debemos vivir sin rencillas ni enemistades, como hermanos y hermanados los venezolanos con los venezolanos y los extranjeros con los venezolanos y viceversa.  Desde ahora y para siempre estoy con ustedes y para ustedes”.

Castro pasó antes de llegar a la Aduana por varios arcos de palmas y flores.  Uno que decía “Vencedor jamás vencido”.  Otro de la Cámara de Comercio con la siguiente frase: “El Comercio de Ciudad Bolívar saluda al General Castro”  y el de la Casa Dalton & Cia: “Loor al Jefe de la Nación, Gral. Cipriano Castro – Paz, Orden progreso”.

Acompañaban a Castro el Presidente del Estado, Luis Valera; el doctor Julio Torres Cárdenas, Secretario de la Presidencia; general Ramón Tello Mendoza, Gobernador de la Sección Occidental del Distrito Federal, el escritor A. Carnevali Monreal y Dr. José Rafael Revenga, médico del Presidente, quien se hace famoso por sus operaciones de cataratas que devuelve la visión a los ciegos longevos venidos de Upata, Tumeremo y El Callao.

Castro, emocionado por el recibimiento que le tributaba una ciudad que había sido ensangrentada bajo su mandato (Guerra Libertadora), así lo manifiesta el telegrama que al llegar ordena para el general Juan Vicente Gómez, quien se había quedado encargado de la Presidencia:
“A las 9 de mañana de hoy hemos hecho nuestra entrada a está histórica ciudad con un entusiasmo inusitado.  Creo que no ha fallado nadie a la cita; es verdaderamente indescriptible: una locura de recibimiento que raya en el frenesí…”

Gómez responde: “Sea usted feliz y recoja en su corazón ese caudal de gratitud que el pueblo venezolano le ofrece, pues ello le dará, no mayor aliento, pero si más positivas seguridades de que no son estériles los sacrificios que se hacen por la patria y por la humanidad”.

Las publicaciones locales “Boletín Comercial”, “El Centinela” y “Horizontes” dedicaron sus ediciones a exaltar la figura de Castro.  El diario de la tarde “El Anunciador” editado por el liberal consumado como el general Agustín Suegart, no podía quedarse atrás y público una edición extraordinaria con los  siguientes títulos “La Restauración Liberal” por Cleto Navarro, jefe de redacción del diario; “Mi Opinión por le doctor José María Emazabel”; “Castro Guerrero” por el doctor J. M. Agosto Méndez; “Castro Político” por el doctor Antonio María Delgado; “Castro Legislador” por el doctor Cipriano Fry Barrios y “Castro Progresista” por le doctor Carlos García Romero. En la misma edición apareció el discurso de bienvenida de don Hilario Machado.

Un ejemplar de este número extraordinario, impreso en raso amarillo y orlado con una cita tricolor recibió Castro como obsequio en audiencia especial concedida al cuerpo directivo y de redacción del diario “El Anunciador”.  Entonces dijo: “El Anunciador es no sólo el decano de la prensa del Estado, sino también su abanderado”.  Tres meses después se arrepentiría, pues lo clausuró de un solo plumazo.
Por la tarde, El caudillo de la Restauración caminó la calle La Alameda para presenciar una tarde de toros coleados en su honor.  Posteriormente asistió a la Retreta de la Plaza Bolívar y luego cerró el día con un baile de gala en su honor ofrecido en la Casa de Gobierno.  Castro inició la fiesta bailando el vals Pamona con la señora del Dr. Eliseo Pérez Vivas, ejecutado por la Banda Castro dirigida por el general Ramón Maldonado.  Las otras piezas, ejecutadas por la Banda del Estado bajo la dirección de Manuel Jara Colmenares, fueron Contradanza Ciudad Bolívar, Vals Blene, cuadrilla Les Ombres Chismoises; Vals Sourires dÁvril y Polea Minuit, en la primera parte.  En la segunda: Danceros, Vals Laura, danza La Violeta, vals Siempre Invicto, cuadrilla Fleurs, vals Enchantee.  La fiesta terminó a las cuatro de la madrugada.

Castro descansó y pasó la noche en el edificio de la Aduana ubicado entre las calles Venezuela y Miscelánea.  Allí los bolivarenses conocieron la primera vez la luz eléctrica generada por una pequeña planta que se trajo de Caracas.

Gumersindo Rodríguez, describe desde Ciudad Bolívar para su periódico                 “El Constitucional” el viaje de Castro por el Orinoco a bordo del vapor Apure: “El retrato del General descansa sobre la columna central, entre trofeos con los colores del arco iris.  Un gabinete privado en cuya puerta de acceso hay un escudo de la Nación bordado en raso y elegantes cortinas de punto japonés.  La toilette constituye un gran lavado de mármol rosa y nogal con exquisitos servicio de aguas y esencias de Guerlain., Pinaud y Atkinson. Frente al tocador un espejo estilo Renacimiento y en caja de piel de Rusia y almohadilla en seda de colores, los juegos de peines y cepillos  incrustados de plata de marfil.  Sobre la mesa del mismo estilo, un elegante paño de terciopelo carmesí.  Diván de descanso, corte Luis XV.  La cama amplia, rodeada de ventiladores eléctricos y cubierta por artistas sobrecama de raso azul y encajes blancos”.

Al siguiente día, domingo 30,  Castro asistió a un Te Deum oficiado por Monseñor Antonio María Durán y en el que habló el presbítero Dr. Nicolás E. Navarro, Rector del Seminario Metropolitano de Caracas, quien vino expresamente con ese objeto.  Luego hubo una recepción oficial para saludar a los representantes de las instituciones locales.  Seguidamente se organizó un paseo por el Orinoco abordo de los vapores Delta y Apure en los cuales embarcaron unas 800 personas.  El paseo fue hasta las bocas del río Marhuanta,  a dos leguas de Ciudad Bolívar. Un vapor de guerra al mando del general Delgado Chalbaud que venía de escolta del Presidente se hallaba fondeado en San Félix.  El Delta y el Apure anclaron en La Peña donde tenía su vivienda Pedro Mariño.  Allí hubo una ternera que terminó a las tres de la tarde cuando regresó para estar presente en los toros coleados en una improvisada manga construida en La Alameda.  Finalmente el General montó un caballo y se puso a trotar por los alrededores de la ciudad.

Para este día estaba provisto un críquet – mach ofrecido por el “Venezuela Cricket Club” que al final no se dio.  Lo que si se dio fue un banquete ofrecido por el Concejal Municipal en Hotel Decori y un lunch en el “Club Unión Comercial”  después de una Revista Militar en la Plaza Miranda, frente al Capitolio, luego de la revista el general Castro fue conducido al Club por Santos Palazzi, Luis Godoy, Julio Tomassi, José Acquetella, Emilio Uncein, O. Grossmann y José Ortiz.  Ofreció el banquete el doctor                  Luis A.  Natera Ricci, entonces presidente de la Municipalidad.
Castro tras un día de descanso, se despidió de los bolivarenses el 3 de mayo a bordo del vapor Apure.  Mientras estuvo en Ciudad Bolívar, su esposa, la cucuteña Zoila Rosa Martínez, bella y huérfana, permaneció de paseo en la isla de Trinidad.

Antes de irse, Castro visiblemente emocionado por el caluroso recibimiento que le tributaron los bolivarenses, aceptó las suplicas de poner en libertad a los siguientes adversarios de su Gobierno, presos en la Cárcel Vieja: General Simón Tabares, Pedro A. Romberg y Agustín Barrios; coroneles Ladislao Rosales, José Ballenilla Marcano y Toribio R. Prospert; civiles doctor Luis F. Vargas Pizarro y Ascensión Rojas Vásquez.  Finalmente accedió derogar el decreto de expulsión que pesaba sobre el comerciante Merino Palazzi.

Quedaron más presos en la Cárcel alegando ante una comisión de damas que sería peligroso dejar las cárceles vacías.  Además “esos presos no son míos. Son prendas de seguridad de la República, siempre dolorosas, pero siempre también necesarias al orden de sus sistema, al amoral de sus costumbres, al decoro de su nombre”.

Castro llegó de regreso el 15 de mayo a Caracas después de visitar Carúpano, Cumaná y Margarita, abrumado de discursos, bailes, toros coleados, Champagne y arcos de triunfos